El rapto de Helena

Me presento, soy Helena. Mi nombre deriva del griego y significa “antorcha o que brilla mucho”. Mi madre me llamó así por mi cabello rubio que refleja los rayos del sol y me dijo que no dejara que ninguna tormenta, por muy fuerte que sea, me apagase.

Tenía 17 años cuando me fui de excursión con mis padres para alejarnos del bullicio de la ciudad y poder desconectar de las preocupaciones aunque fuera por un momento. Al llegar hacía un poco de frío, pero no había nadie más por lo que podíamos montar una hoguera y acampar en la orilla. Me sentía más libre que el viento. Estaba corriendo entre las dunas de la playa esperando a que el mar arrojara para mí una concha, una que estuviera intacta, pero todas habían sido engullidas por las rocas. Mientras tanto, mis padres se sumergían bajo el agua cristalina para ver el fondo tan colorido, que parecía una pequeña ciudad donde los peces se escondían entre los corales. Pronto el cielo se fue oscureciendo, pero mis padres, absortos por la belleza de los arrecifes, siguieron nadando, al tiempo que yo iba esculpiendo con mis manos pequeñas figuras de arena. Poco después el mar se vistió de olas hasta cubrirlos por completo.

Créeme, que nadé y nadé, pero la furia de Posidón fue más veloz. En seguida mis lagrimas subieron la marea del mar y me vi completamente sola como si estuviera en una isla. Nada pude hacer. En ese momento solo deseaba que estuviera en una pesadilla. Los equipos de emergencia llegaron, no sé ni cuanto tardaron, había perdido la noción del tiempo. Solo sé que llegaron para sacar los cuerpos del mar embravecido.

Después, al ser menor de edad, estuve una semana bajo la tutela de los servicios sociales porque no tenía ningún familiar que se pudiera hacer cargo de mí, solo me quedaba mi tío por parte de mi padre, pero era un alcohólico. Finalmente fui adoptada por una pareja. Unos nuevos padres era mejor que nada. Recuerdo la primera vez que los vi, vestían muy elegante, la madre con un mono azul precioso y el padre con un traje negro, aunque llevaba la corbata algo torcida. Por sus vestimentas deduje que eran adinerados y me dije a mí misma: “Me podrá faltar amor y compañía, pero nunca dinero”.

Mi nueva madre era muy simpática, tenía un cabello precioso como la miel y unos ojos verdes dignos de admirar. Me solía preguntar qué tal estaba y yo siempre decía que bien, asintiendo con la cabeza aunque estuviera triste. Era la única que se preocupaba por mi. En cambio, a mi padre no lo conocía realmente, pues siempre estaba fuera por asuntos de trabajo. Lo que más me gustaba de la mansión era una habitación llena de lienzos. Era tan grande y bella como un museo. Me pasaba todas las tardes allí, me quedaba maravillada al ver cómo mi madre adoptiva humedecía el lienzo con sus suaves pinceladas, llenas de color y vida.

Pasaron dos meses, comenzaba la primavera y se acercaba mi cumpleaños. Todavía no ansiaba ser mayor de edad, pero sí que me hacía mucha ilusión mi fiesta de cumpleaños. Estaba muy feliz, no me podía quejar. Vivía rodeada de lujo, de arte y del cariño de mi madre adoptiva. Sin embargo, a veces echaba en falta la compañía de mi nuevo padre.

Por fin llegó mi cumpleaños, un cumpleaños que jamás olvidaré. La fiesta se celebró en el jardín y había mucha gente, algunos ni los conocía. De repente, me sentí observada por un joven que estaba en la otra mesa. Poco después se me acercó y se presentó. Me contó muchas cosas, pero no le presté mucha atención porque me vino una risa incontenible al ver cómo vestía, pues llevaba unos pantalones deportivos negros con una camisa verde. Entonces él me preguntó por qué me reía y le puse la excusa de que era vergonzosa. Y se marchó algo confuso. Al menos aprendí su nombre, que era Menelao, y también supe que era el sobrino de mi padre adoptivo.

Después de un tiempo vino mi padre adoptivo para hablar conmigo, hecho que me extrañó porque apenas hablábamos. Me dijo que yo le gustaba a Menelao y que estaba soltero. Yo no estaba enamorada de él, pero me parecía un chico gracioso. Entonces me recomendó que me casara con él para crear un lazo familiar y tener una vida magnífica, pues él era director del prestigioso Museo Esparta, aunque no lo pareciese por su extraña vestimenta.
Decidí darle una oportunidad al amor y pocos meses después me casé con él. Después de la boda, nos fuimos de fiesta a la Discoteca Troya. Esta vez mi marido Menelao se vistió más elegante. Además, por nuestra seguridad nos acompañaban dos guardaespaldas, el robusto Aquiles y su primo Patroclo.

Antes de ponernos a bailar, fui a por un chupito y Menelao fue a por un vaso de Whisky. En seguida perdimos la vergüenza y nos pusimos a bailar. Primero sonaba una canción de reggaeton, esa en la que se repite el estribillo diez veces. Después la música mejoró. Pusieron bachata y nos reíamos un montón porque a cada paso que dábamos, casi nos caíamos.
Luego empecé a notar como mi vejiga se llenaba y me fui al baño que estaba en la otra punta. Durante el camino me iba chocando con la gente. Al salir, un chico me ofreció una copa y acepté. Estuve hablando con él poco tiempo. Se llamaba Paris como la ciudad del amor, aunque quien iba a decir que sería todo lo contrario, y era el dueño de la discoteca. No recuerdo mucho más porque empecé a encontrarme mal, como si fuera a desplomarme.

Me desperté confusa con la visión algo borrosa. En seguida vi el rostro de Paris y su cuerpo apoyado en el mío. Me aterroricé. No sabía qué había pasado. Me dijo que me había desmayado y que por eso estábamos en su camerino. Entonces me calmé, pero comencé a tener frío y en seguida me di cuenta de que solo llevaba la ropa interior. Me asuste mucho y quise irme. Aún así fingí que estaba bien y que no había pasado nada. En cuanto se fue a por más bebidas, me fui corriendo y gritando. Menelao, que me había estado buscando, oyó los gritos y me encontró. Me preguntó qué me había ocurrido y le respondí que un chico me había metido alguna sustancia en la copa y que luego intentó hacerme algo, pero me desperté. Inmediatamente, Menelao le dio un puñetazo a Paris. Entonces Paris pidió refuerzos a sus amigos, que se hacían llamar «los troyanos». En seguida, me fui a la segunda planta de la discoteca para esconderme allí y observar qué pasaba.

Así es cómo comenzó la pelea más siniestra que jamás haya vivido, por suerte solo duró diez minutos. Pero esos escasos minutos fueron suficientes para acabar con la vida de muchas personas. A pesar de que los troyanos eran más, esto no impidió que Menelao y sus guardaespaladas siguieran luchando. Hasta que Aquiles, que era el más corpulento, se retiró de la pelea porque le quitaron una cerveza. No obstante, Menelao y Patroclo siguieron intercambiando puñetazos con los troyanos.
Pero uno de los troyanos, Héctor, jugó muy sucio y le lanzó una silla a la cabeza de Patroclo, que falleció al instante. Entonces Aquiles, lleno de furia, se dispuso a lanzarle, no una ni dos sillas, sino tres sillas a Héctor. Así es cómo se vengó de la muerte de su primo. Pero Aquiles tampoco duró mucho tiempo. París, que no era tan fuerte pero sí más inteligente, cogió una botella rota y se la quiso lanzar al pecho de Aquiles. La puntería le falló y le dio en el talón. En seguida, Aquiles empezó a desangrarse por el profundo corte en su talón. Ahora Menelao se encontraba solo ante los troyanos.

Por suerte mi marido no murió. Finalmente, tras diez minutos de pelea, llegó el agente Odiseo montado en su caballo, como si estuviese en el Viejo Oeste. Paris fue detenido, mientras que mi marido fue llevado junto a mí a comisaría para interrogarnos sobre lo sucedido.

Me aterra ver cómo en unos instantes alguien pierde la vida de esa mísera forma. Al menos, esta vez yo no he corrido la misma mala suerte que ellos. Ya ha pasado más de un año desde que sucedió la pelea en la Discoteca Troya. Sigo casada con el amor de mi vida, Menelao. Puedo decir que soy feliz por momentos. Aún se me vienen las imágenes de la pelea y de la muerte de mis padres. Ahora más que nunca les echo de menos. No sé que más desgracias me deparará la vida. Pero aquí sigo luchando por mantener el fulgor de mi sonrisa para no apagarme, cumpliendo así la promesa de mi madre.

2019


Descubre más desde Poetae Novi

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario